Atar, coser, enhebrar…

El comité federal del PSOE que produjo la dimisión de Pedro Sánchez el 1 de octubre —tras más de nueve meses sin oposición a un Gobierno activo aunque en funciones—  es el mismo que el 9 de julio, antes de dispersarse por vacaciones, había dejado la posición política del partido hecha unos zorros: no a la abstención, a nuevas elecciones y a un gobierno con apoyo de autodeterministas de cualquier clase.

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Entre tanto

Durante la crisis y desde el poder, el PP llevó a cabo su agenda ideológica y se enrocó en un argumentario de libro, trazado y previsible desde el comienzo de su mandato; masticó su corrupción con un cinismo extremo y esperó a ver en qué quedaba esto.

El PSOE, mucho antes que Pedro Sánchez, no previó ni afrontó las consecuencias sociales y políticas de la crisis. Primero sorteó el 15-M con talante y, acaso, un tacticismo erráticos; luego, en la oposición, despreció la necesidad de cuestionarse sumando personas e ideas ante un escenario novísimo, de perfilarse y proponerse con una agenda clara y un discurso reconocible. El recambio solo, con lo que había dentro, no podía garantizar lo imprescindible.

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La ética de los espías

Leo con curiosidad el Código ético que el CNI (Centro Nacional de Inteligencia) terminó de imprimir el Día de la Fiesta Nacional de 2015, dice el laus Deo. Lo primero, un estilo que recuerda a las Reales Ordenanzas (RD 96/2009) pero sin rango normativo, que poco añade a los deberes del personal del CNI recogidos en el capítulo V del título VII de su Estatuto (RD 240/2013).

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Del amor brujo al espíritu santo

Lo reza una placa oscura en el 125 de la calle de Serrano: «El edificio de la iglesia del Espíritu Santo está situado sobre el antiguo auditorio de la Residencia de Estudiantes del que se conservan parte de sus muros.» Luego, en la web, leemos: «la atención pastoral está confiada a sacerdotes del Opus Dei».

Consumada la guerra, perpetraron la victoria. Veamos.

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Desde la pereza

Sentía que la pereza me rondaba y cogía como a trasmano. Al mirármelo recordé aquel «No tengo ganas» que, a través de Onetti, Susana Rinaldi declamó en el San Martín: como un ejercicio de libertad «chiquitito», dijo; desgana en este caso como desafección sentimental ante una realidad confusa y confundidora, virtualizada, verbosa, entrada en bucle.

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