Pálpitos

Cuando a Iglesias Turrión le preguntaron por sus cosas con Irán se explicó comparándose con Lenin, trayendo a colación el tren sellado en el que, gracias a los alemanes, volvió a Rusia en 1917 durante la Primera Guerra Mundial, una de las miniaturas históricas relatadas por Zweig en su Momentos estelares de la humanidad.

Pablo no es Vladimir ni Mariano el Káiser. Tampoco el curso de la historia se decide ahora en España. Pero de señalarse en este trance momentos dignos de mención, sin duda uno sería la primera conversación que ambos —Turrión y Rajoy— mantuvieron el 28 de diciembre pasado durante casi dos horas sin luces, taquígrafos ni streaming.

Sin aquel encuentro al menos y la exploración de escenarios que en él se diera, me resulta difícil comprender lo que vino luego, el 22 de enero: la oferta a Sánchez de «una sonrisa del destino» a cargo de Podemos y la declinación concatenada de Rajoy, dos sorpresas ajustadísimas en el tiempo y combinadas con un mismo propósito: poner a Sánchez (y al PSOE) a la intemperie para que sucumbiera ante una aventura imposible. De las confluencias a la concurrencia, de la grandilocuencia al ardid.

Sin embargo, en su soberbia menospreciaban la capacidad del adversario. A pesar de las dificultades, errores o carencias todavía, Sánchez había demostrado desde su prehistoria cualidades de buen jugador muy relevantes en política: paciencia y acometividad, ambición y templanza, entre otras, y se creció ante el pase de uno y el envite del otro sacando beneficio en la partida.

Lo cierto es que el periodo que ha pasado desde las elecciones hasta ahora está ahíto de escenas memorables: la criatura de Bescansa, flor de un día; policías municipales escracheando a un concejal con la indiferencia y comprensión de los notables (Fernández Díaz, Cifuentes…); las movidas de Esperanza, dudosa y explosiva como suele; o los excesos, a mi parecer, contra los titiriteros de Tetuán.

Escribe Cervantes que Don Quijote, después de destruir el retablo de Maese Pedro, al reconocer su desvarío dijo: «Se me alteró la cólera». Pero hay gente de la que no cabe esperar reconocimiento ninguno de desvarío porque su cólera es proactiva, fluida e inalterable.

¿Qué va a resultar de todo esto y cómo? Maese Pedro  tenía un mono con el don de adivinar a dos reales la consulta, aunque solo sobre el pasado y el presente; de lo que el caballero andante conjeturaba que tal don habría de ser cosa del diablo, ya que el conocimiento del futuro solo a Dios se reserva. Pero aquí, pálpitos y monsergas aparte, hasta el final ni Dios ni el mono.

(Estrella Digital, febrero de 2016)