Leo con curiosidad el Código ético que el CNI (Centro Nacional de Inteligencia) terminó de imprimir el Día de la Fiesta Nacional de 2015, dice el laus Deo. Lo primero, un estilo que recuerda a las Reales Ordenanzas (RD 96/2009) pero sin rango normativo, que poco añade a los deberes del personal del CNI recogidos en el capítulo V del título VII de su Estatuto (RD 240/2013).
Desconociendo su necesidad parece hecho por gusto: un breve manual de espíritu militar para sus miembros, ya la mayoría de origen civil.
Me sorprende la redacción de algún artículo, por ejemplo el 6, «Objetividad e imparcialidad». ¿Es que la objetividad no resultará del comportamiento inteligente y maduro? ¿Serán tan difíciles de conciliar la imparcialidad y profesionalidad con las creencias y las convicciones? Lo ético no es la limitación sino el plus: la consideración responsable de las consecuencias de los actos.
A quienes repasen los orígenes de nuestros servicios de inteligencia, desde antes de la institucionalización del actual Centro Nacional de Inteligencia, quizá sorprenda su elogio idealizador al pasado. Claro que acumulan experiencias dignas de reconocimiento y memoria, en casos tristemente heroicos como los fallecidos en Irak, o vidas de agentes tan apasionantes como agrisadas por las circunstancias de su oficio, Madolell o González-Mata entre tantos, de quienes Fernando Rueda hace memoria en Espías y traidores; pero haría falta una pizca de mayor moderación en este punto. Reparo en la paradoja de que algunos de los espías españoles más señalados del último siglo (Joan Pujol y Ramón Mercader) lo fueran por motivos ideológicos y para servicios extranjeros…
De difícil maridaje con la imagen legendaria del espía —variada desde la sicalíptica Mata Hari al conspicuo Graham Green—, en él la rectitud y la ejemplaridad se exponen como cualidades medulares, asunto que requiere aclaración: el Código parece destinarse solo al personal estatutario, no a quienes el Glosario de Inteligencia (Ministerio de Defensa, 2007) denomina «agentes», personas ajenas al servicio reclutadas «a cambio de dinero, apelando a su ideología o patriotismo, haciendo chantaje u ofreciendo la satisfacción de sentimientos personales como el amor, la vanidad o el placer por el riesgo».
No dudo de la buena intención de sus impulsores. Estimo a las pocas personas de la Casa que he conocido y les profeso una prudente admiración. Pero la Inteligencia es un guiso cargado de sustancia y, quizá por eso, me desconcierta este poema en prosa, esta sobreactuación. En el artículo 16 se habla de «Austeridad y rigor»; pues ahí, a lo que estamos, que no es poco.
(Estrella Digital, noviembre de 2015)