Uno y trino; o trino, pero uno

El 23-F está ya en ese corte donde se cruzan las «cosas de los viejos» y los «episodios nacionales». Su nota fundacional de nuestra democracia lo expone a la simplificación de la memoria aprendida; los delirios de algunos de sus protagonistas, a la extrañeza y a la chanza; su final feliz, a la épica; la tensión de lo vivido, a una melancolía exacerbada; aquel contexto, al aviso y discreción en el manejo de las cosas.

Durante esta última semana, he estado atento al repaso de la historia que, alrededor del 23-F, nos ha traído su 40 aniversario: protagonistas ya casi ninguno, testigos de excepción bastantes, investigador alguno, curiosos más o menos orientados cuantos la audiencia y las tertulias sumen. Me encuentro entre estos últimos, curioso de un suceso cuya indagación te adentra en una emocionante caja de sorpresas y preguntas.

Y todo ello a sabiendas de que la historia es un relato más allá de los hechos que la informan o que lo sucedido nunca alcanza a ser contado; que, como dice un amigo, la realidad es una parte de la ficción.

Sabemos mucho del acontecimiento, seguramente casi todo cuanto llegaremos a saber. Pero todavía hoy el 23-F es un puzle, además de complejo, en el que faltan piezas; una novela con párrafos ausentes que reclaman ser escritos con minuciosidad semejante a como otros ya lo fueron. El mejor entendimiento de aquel intento de golpe se convierte así en un reto que necesita de la imaginación, dejando parte de nuestra comprensión, al final, entre paréntesis.

En estos días se ha vuelto a repetir lo de los tres golpes en uno que acaban por chocar entre sí, lo de la «placenta» con que se gestó, la participación indubitada de algunos servicios de inteligencia… Y reaparecen las preguntas, muchas: la extensión, papel e identidades de la trama civil; cuál fue realmente la implicación del monarca en cada momento, desde los previos; la disposición de aquel Ejército, como en un universo paralelo, más acá de la obediencia en que se resumió…

De lo más recurrido, lo de la «placenta del golpe» explica figurativamente una parte de su gestación (la debilidad del partido principal, una oposición postfranquista que conspiraba y hacía en contra del rumbo que la Constitución trazaba, el terrorismo desatado, la presión militar y no militar sobre el Rey para que se hiciera algo, la ruptura explícita del consenso en una democracia no asentada, los primeros pasos del Estado autonómico…) pero no resuelve con suficiente concreción quienes fueron los progenitores del engendro ni el resultado final que calculaban.

En el relato de los hechos que desembocan en el 23-F, hay un hilo que enhebra el declive de Suárez con la recuperación del general Armada por el Rey y su venida a Madrid como segundo JEME (jefe del Estado Mayor del Ejército); las operaciones civiles y militares para sustituir a Suárez con las conversaciones entre los generales Armada y Milans; la reunión de la calle General Cabrera, dirigida por Milans y a la que asisten miembros de casi todos los «grupos violentos» con la «congelación» de las acciones militares previstas a la espera de lo que pasara con Armada. A continuación, la incertidumbre por la inesperada dimisión de Suárez y, luego, la nominación de Calvo Sotelo (que no Armada u otra persona para presidir un gobierno de concentración o de independientes) tras la ronda de consultas. Finalmente, la «descongelación» de lo previsto porque, como dijo en el juicio el coronel Ibáñez Inglés, mano derecha de Milans, «habían abierto las puertas y se había ido el hielo».

En relación con los servicios de inteligencia, no hay duda de la participación de algunos en el golpe. El Centro Superior de Información de la Defensa (CESID), concretamente su Agrupación Operativa de Misiones Especiales (AOME) que mandaba José Luis Cortina estuvo en medio de todo: incitación al asalto, pautas a seguir, ayuda en el reclutamiento de los guardias, coordinación de las columnas asaltantes, preparación de motivos para dar cobertura a las acciones militares en Valencia…

Y ocurre que la presencia de aquellos servicios, o gentes de los mismos, durante el tardofranquismo y la transición suele empujarnos más allá, casi al borde de un pozo sin fondo claro. Solo un ejemplo en relación con este asunto: ¿Será cierto que José Luis Cortina se encontraba en Morella en junio de 1979, acompañando a Tarradellas en la famosa comida cuando el honorable exclamó lo de la necesidad de un «golpe de timón», lo que rebautizaría un año después, en julio de 1980, como un «golpe de bisturí»?

Por otra parte, la nómina de intervinientes en el 23-F más o menos vinculados a servicios de información e inteligencia, ahora o a lo largo de su itinerancia profesional, es amplia: Cortina y Gómez Iglesias evidentemente, pero también San Martín, personaje clave de los mismos, y Pardo Zancada, además de varios de los oficiales de la Guardia Civil vinculados a ellos en este u otros momentos. Entre los no juzgados, el cabo Burgos, que acompañó a Muñecas desde Valdemoro y tuvo un gran protagonismo, o el capitán Sánchez Valiente, desaparecido esa misma noche. Sin obviar personajes colaterales como Quintero Morente («informe Quintero») o Fuentes Gómez de Salazar («pacto del capó»).

De las preguntas recurrentes, sobre la trama civil, creo que la ideación y realización de la intentona fue, ante todo, militar; aunque contase con el aliento y la complicidad de civiles muy al cabo de ciertas partes del asunto. Así lo había dejado establecido Milans no permitiendo la presencia de García Carrés en la reunión de la calle General Cabrera: «Esto es cosa solo de militares», dijo.

En cuanto al Rey, él «no esperaba tiros», contó Sabino Fernández Campo y anotó Bono en sus Memorias, y hay un post en el blog de Anasagasti que es ya un clásico. Añádase a estas referencias el testimonio de Anna Balletbò, diputada del PSC y primera civil con quien el Rey habló tras el asalto aquella tarde, alrededor de las siete más o menos: «Alguien se ha puesto nervioso y ha hecho una tontería», le explicó, resumiendo a continuación su postura ante la situación producida: «El Rey está al servicio de los más altos intereses del Estado». Probablemente, «a lo largo de aquella jornada, el Rey afianzósic Sabino dixit— sus convicciones democráticas».

A propósito del Ejército, el «esto no me gusta», el «a qué espera el Rey» o el «algo hay que hacer», por unas cosas y por otras, habían sido lugares cada vez más comunes de las conversaciones entre muchos uniformados a lo largo del aciago año de 1980. Y aquel día, trending topics.

Es cierto que algunos huecos podrían rellenarse si se desvelaran las partes sumariales protegidas como secretos o se publicaran más grabaciones telefónicas que las que han visto la luz hasta el momento; como se ha dicho, ello contribuiría a esclarecer la posición de algunas capitanías generales, la verdadera actuación de algunos protagonistas o cómo fueron evolucionando los acontecimientos.

Poco se ha indagado o escrito, sin embargo, sobre la Guardia Civil, la institución que pagó el precio icónico y reputacional más alto, cuyos servicios de información se encontraban entonces a cargo del tercer gran arcano —junto a José Luis Cortina y José Ignacio San Martín— del espionaje español durante bastantes décadas: Andrés Cassinello.

Tanto Sáenz de Santa María, entonces Inspector General de la Policía Nacional y antes jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil, como el propio Cassinello han contado que ambos, por separado en dos ocasiones distintas, acudieron al director general Aramburu Topete al advertir comportamientos sospechosos de Tejero, a lo que este, al parecer, no dio importancia.

Aramburu tampoco dio una muestra de perspicacia al acompañarse del general Manuel Prieto cuando acudió al Congreso aquella tarde, y menos al dejarlo estar entre los asaltantes desempeñando tareas de mediador. En diciembre de 1977, Prieto había sido apartado de la jefatura de la VI zona de la Guardia Civil por un discurso duro e improcedente en el acto de entrega de un donativo a la viuda de un guardia civil asesinado. En el 23-F, de «mediador», llegó aconsejar a Tejero que, «como garantía de su viaje al extranjero, se llevara a los parlamentarios que estaban “recluidos” en la sala del reloj». Nada menos. Después, durante el juicio, Prieto contradiría las declaraciones del director general.

En fin, fallas, flecos, quizá meras anécdotas, difícilmente comprensibles de la historia.

Por lo demás, la vida sigue, casi como siempre.

Dibujos de Miguel Ángel Mila, 25 de febrero de 1981: Miedo (la noche de los transistores), Punta de fuego contra España, Retrato de un héroe bárbaro.

PD. Hace algún tiempo, y por razones que no vienen al caso, quise saber un poco más de todo aquello, a lo que empleé una parte de mi tiempo imponiéndome este aniversario como término. Y avancé, pero mis previsiones se rompieron a comienzos de marzo de 2020; otro daño colateral, aunque menor, de la pandemia. No obstante, a lo largo de este cuadragésimo año abriré una nueva categoría en Tierra de O: «23-F para DUMMIES», donde procuraré dejar expuestos algunos de los pecios del naufragio.