Comentaba Juan José Millás al principio del confinamiento que cuando la realidad está rota es imposible escribir. Y creo que es verdad, pero desescalemos. Volvamos del lugar y circunstancias a los que fuimos catapultados para, atravesando incertidumbres, regresar adonde erraríamos imaginar y a saber cuándo.
Como padezco de vértigo, las desescaladas me producen turbación, pinchazos en el cuerpo, angustia, escalofrío. Lo noté siendo muy joven, descendiendo de una cota en los Picos de Europa; y tuve la misma sensación muchos años después, al bajar por la escalera sin pretil de la muralla en ruinas de un monasterio templario. Los términos de mis aventuras estuvieron condicionados siempre por los limites de mi capacidad. Ahora también.
Dase en llamar «nueva normalidad» a una anormalidad, una contrariedad inacostumbrada y persistente, y «nueva realidad» a la modificada, distinta de lo que antes tuvimos como tal. Figuras retóricas, lo sé. La «nueva normalidad» es un oxímoron, repite en su flotación tanto pedante. Ítem más, si «lo real» es lo que es y «la realidad» como lo percibimos, para una vida que se precie la expresión «nueva realidad» debería ser un pleonasmo, sin que nada de esto alivie la gravedad de la tragedia.
En poco más de cuatro meses he encajado la muerte de tres personas capitales de mi vida, ninguna por efecto del virus SARS-CoV-2; es decir, muertes normales, cuya noticia conmueve y excita la solidaridad pero no amenaza la tranquilidad, por las que no se clama al cielo o se reclama al gobierno en su defecto. Pero muertes, como tantas, a traición, a contrapié, o caídas maduras por su peso, muertes que desanudan y dividen, que reconcilian y desgarran…
En los primeros días del confinamiento conversaba con los que por entonces ya no estaban, igual que Norman (Allan Arkin) con Eileen (Susan Sullivan) en El método Kominsky. Conversaciones más ciertas que las psicofonías televisivas, conviniendo en que la cosa evidenciaba que estábamos tontos y avisaba que, quizás, acabaríamos locos.
Ahora, ya en otra dimensión, a la caída de la tarde empiezan a concentrarse los mostrencos. La derecha malitonta exhibe desde Madrid su patetismo; revueltas de falacias, banderolas y crespones. Un gobierno de izquierda como puede gobierna en España. «Menos mal», entiéndase la expresión como se quiera.
Estranha forma de vida, de Amália Rodrigues. En nostálgica memoria de José Antonio Quintela, noble amigo que me descubrió el fado en Bilbao, una noche de invierno de 1978.

El «Guernica», como incidentalmente llamó Picasso a esta obra magistral, llena de alusiones biográficas, impresiones personales y sublimaciones simbólicas.