Aplíquese cuando circunstancias e imperativos ajenos, a los que el sujeto de la paradoja pueda ser reticente, se convierten en oportunidades de desarrollo y progreso para él, sin que tales derivadas varíen los fundamentos del personaje.
No son pocas las historias que responden al modelo, con mayor frecuencia en colectivos donde la «hazaña de la obediencia» permite aparcar ciertas esencias, gestionar la discrepancia a discreción o encarecer el mérito del servicio.
Sobre el artículo del portavoz de Vox en el ayuntamiento de Palma de Mallorca, general retirado Fulgencio Coll (Bucher), llamando a «los poderes del Estado» a impedir la investidura de Pedro Sánchez con el argumento de la «seguridad nacional», no encajo la inocente presunción de que muy mal deban de andar las cosas para que todo un general de Ejército con Zapatero —que dio «un paso al frente» (sic) o sea hacia Vox en cuanto pudo— se vea en la necesidad de avisar de tal manera.
Tampoco comparto los términos del reproche empleados por la ministra de Defensa, Margarita Robles: «que alguien como él… se permita el lujo», etcétera. Uno, porque los razonamientos desorbitados, estridencias verbales y acusaciones ad hominem con que periodistas de dudosa fiabilidad, políticos arrebatados o funcionarios tendenciosos han venido descalificando al ganador de las elecciones generales, y el proceso ineludible para posibilitar un gobierno, no son un lujo, una licencia, sino una desvergüenza en fondo y formas. Y dos, por ese «alguien como él». Veamos.
Coll es el continuador de una estirpe de militares y políticos cuya participación en la vida pública palmesana se remonta al siglo XIX. En 1948, cuando él nació, su abuelo el coronel Juan Coll Fuster era alcalde de Palma de Mallorca y su padre, Fulgencio Coll (de San Simón), militar también, había sido nombrado en 1943 delegado provincial del Frente de Juventudes.
Este último, luego general de infantería, llegaría a ser gobernador civil y jefe provincial del Movimiento en Vizcaya, además de presidente de la Diputación de las islas y uno de los procuradores en Cortes que se opusieron a la Ley de Reforma Política en 1976.
Otro miembro de aquel grupo de «los noes» era el teniente general Carlos Iniesta Cano, figura icónica del búnker y director de la Academia General Militar de Zaragoza en 1966, cuando y donde el joven Fulgencio Coll comenzó como cadete su carrera.
No cuestionaré un ápice de las capacidades militares —distínganse de virtudes, noción más resbaladiza— ni los méritos de su esforzado itinerario hasta el generalato, no peores ni excepcionalmente mejores que las de otros generales de su tiempo, lo cual es mucho en cualquier caso. Pero no cabe atribuir exclusivamente a estas su encumbramiento entre los años 2004 y 2008 porque, como ocurre en el desarrollo de cualquier carrera, las circunstancias también son relevantes.
Los hechos más controvertidos durante aquella primera legislatura de Zapatero en relación con el ámbito militar fueron tres: la retirada de Irak, la creación de la Unidad Militar de Emergencias (UME) y el estatuto de Cataluña.
Sobre la vuelta de las tropas en Irak, en abril de 2004, el sentir predominante entre el generalato, empezando por los propios JEME, no era de agrado, pero estaban ante una decisión incuestionable. La brigada que Coll allí mandaba se disolvió y él tuvo que entregar el mando al también general José Manuel Muñoz como comandante de la ardua operación. En octubre, Coll sería ascendido y destinado al frente de la División Mecanizada «Brunete».
La Unidad Militar de Emergencias tampoco era un proyecto fascinante para los militares más conspicuos, entre los que Coll ya a esas alturas se encontraba. Muchos la consideraban una ocurrencia de políticos buenistas, en el fondo ignorantes de las capacitaciones complejas y costosas que nuestros militares atesoran y del sentido primordial de los ejércitos. Ellos eran «guerreros, no bomberos». ¿Qué bálsamo mejor que poner su lanzamiento en manos del último general de los de Irak, del comandante de la «Brunete»?
Por aquel mismo tiempo, el nuevo Estatuto de Cataluña era tema de comidillas, dimes y diretes, y alguna que otra pata de banco entre ciertos militares; como las palabras del teniente general José Mena Aguado en Sevilla, durante la Pascua Militar de 2006, por las que fue arrestado y destituido. Un «pronunciamiento inevitable… reflejo de la situación que estamos viviendo» según el Partido Popular, que criticaba al paso la «política de rencor y resentimiento» de Bono y las palabras «frívolas y huidizas» de Zapatero.
Cabe imaginar, pero nada más, lo que opinara de aquello el entonces discreto y circunspecto Coll Bucher. Pero también recordar que el azar quiso que fuera entonces, en aquellas circunstancias, a seis días tras la destitución de Mena, cuando le ofrecieron y aceptó sin un «pero» la jefatura de la UME, y el consiguiente ascenso a teniente general.
Tengo para mí que, en 2008, en el salto desde el mando de la UME a la Jefatura del Estado Mayor del Ejército (JEME), al empleo máximo de una carrera militar, fueron determinantes su visibilidad en los despachos durante la puesta en marcha de «la UME de Zapatero» —el expresidente, por cierto, es el origen de la actual «enfermedad política de España» según el referido artículo—, su gallarda obediencia y disponibilidad en momentos convulsos y, por encima de todo, el espaldarazo a la propia UME, mucho antes que a Coll.
Sin aquellas iniciativas progresistas, es decir de no haberse decidido el desmarque de España en la guerra de Irak o la creación de la Unidad Militar de Emegencias, Coll sería lo que es, un general retirado militante de la ultraderecha, pero con un currículum menos presuntuoso.
En cierta ocasión significada, una vez llegado al techo de su carrera y cuando las cosas ya pintaban mal para el Gobierno, se permitió ponerse de perfil en conciencia. Fue en febrero de 2010, no asistiendo con el resto de la cúpula militar y del ministerio de Defensa al homenaje de reparación y reconocimiento a los militares de la Unión Militar Democrática (UMD). Todo un gesto.
Piense como piense o sienta como sienta, Coll sabe que los «poderes del Estado» son tres y el militar no es uno de ellos, aunque la invocación al poder judicial y del artículo 102 de la Constitución sea una burrada más de cuantas dice, por muy estupendo que se ponga, con el propósito fundamental de insinuar la condición «criminal» del Presidente.
Pero tampoco ignora, estoy seguro, la inquietud y confusión que sus palabras producen, la estrategia consciente de deslegitimación y caos a que responden, la excitación que alienta en ciertos sectores de la derecha, en Vox y su tropel al frente del cual él saca pecho. Una irresponsabilidad para la que se prevale de su condición militar y el prestigio acumulado por nuestras Fuerzas Armadas, que dilapida.
Termino de escribir esta entrada el 6 de enero, día de la Pascua Militar, y subrayo las palabras del Rey al referirse en su discurso, entre más cosas, al «compromiso que se demuestra con profesionalidad y sentido del deber, y se acredita con lealtad y generosa entrega». Felicidades a nuestros militares y gracias por darnos seguridad ante las amenazas ciertas de las que ellos deben, pueden y saben defendernos.
Y que la democracia, la ley y la sensatez nos protejan del insolente poderío de los fantoches.
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Fulgencio Coll Bucher entre el JEME, Luis Alejandre Sintes, y el Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. En la disolución de la Brigada Plus Ultra II, en Bótoa (Badajoz). Abril de 2004. Fuente: mde.es