Barcelona ardiendo en prime time, con la máxima audiencia, a través de cámaras y periodistas empotrados con los mossos y la policía nacional porque no lo podrían hacer de otra manera.
Los que protestan sin violencia por el día se indignan, más y menos, con los disturbios de la noche. Quienes no protestan por el día ni por la noche, muchísimos también, soportan este espanto. Acaso sean los estertores del procés, pero no del independentismo en Cataluña.
Del «España nos roba» a la desconexión; de la revolución de las sonrisas al «Apreteu y fet bé d’apretar». La barricada y el «Sit and talk» todo en un mix. Del «Pujol enano» al «A por ellos»; de la Constitución de aquella manera al cualquier cosa por la patria. El «Yo soy español, español» y el «Viva España» como cantos de tribu. En medio, ya lo sé, muchas más cosas…
La obra magna de los políticos que nos abocaron el procés es que al menos una generación de catalanes haya interiorizado un sueño, una irracionalidad, como una meta asequible: la independencia y, de ahí, la solución a casi todo.
Entramándose hasta donde nunca debieron con organizaciones de objetivo único (Asamblea Nacional, Omnium, CDR luego) los políticos cedieron el control e hipotecaron su responsabilidad en las instituciones. El punto de inflexión, la «hoja de ruta unitaria para el proceso soberanista catalán» en marzo de 2015.
Pero la democracia son principios que se despliegan mediante procedimientos, y los procedimientos son garantías de la democracia. ¿Presos por sus ideas o por sus actos?, ¿aspiraciones legítimas o decisiones que no incumben solo a ellos?, ¿derecho a votar cómo y a decidir qué?, ¿golpistas o demagogos irresponsables?
Nos movemos como en un laberinto de cristales con algunas paredes que parecen referencias pero son, más bien, espejos deformantes. El asunto es cómo salir de todo esto.
En la mitología, Dédalo, el constructor del laberinto, cuando se vio encerrado en él ideó escaparse por los aires con unas alas de cera. Y se salvó, pero su hijo Ícaro acabó destrozado por el sol y cayó al mar. No rechazo las soluciones ingeniosas pero no las encuentro; es más, visto lo visto, recelo de ellas.
Tras la sentencia y sus traumáticos efectos, previsibles desde el principio de los hechos, antes incluso que el camino de la política debería recorrerse el de la cordura. Para salir del laberinto mejor que peor, a día de hoy, el hilo de Ariadna no puede ser otro que la ley, sin aspavientos victimistas ni inclemencias partidarias; las leyes democráticas, con su firmeza y su prudencia, sin obviar las garantías ni criticar los beneficios que procedan.
Luego, cuando las circunstancias y los actores lo permitan, tirando de la imaginación hasta lo inimaginable, un acuerdo amplio y asumible sobre Cataluña en España. En relación con ello o de resultas, la amnistía con parlamento de por medio, mejor y distinto que el indulto de un Gobierno, el que fuere.
Un buen amigo catalán, inteligente, respetuoso, honesto y preocupado con quien me gusta conversar, me envía un videoblog —L’anàlisi de Antoni Bassas— hecho con la pretensión de explicar «qué está pasando realmente en Cataluña». Lo comparto por significativo, como deferencia a quien me lo envió y para cuantos, si es que no están hartos ya del tema o de este post, prevean seguir leyendo; ya queda poco.
En él, de entrada, una idea que asumo a bote pronto: «Quienes ocuparon el aeropuerto de El Prat (…) no duden que podrían ser ustedes si viviesen en Cataluña». Yo, en concreto, no me veo; pero sí a muchos de quienes, fuera de Cataluña, hoy ni se imaginan que estarían.
También debilidades relevantes, como el comentario y especialmente los ejemplos sobre el relato de los medios estatales que menciona, o la trivialización sobre la doctrina del Supremo.
Y, desde luego, objeciones muy notables a las consideraciones sobre la violencia. Su infravaloración por minoritaria y la contraposición al pacifismo de los líderes, por cierto, algo cada vez menos claro a juzgar por las respuestas comprensivas, ambiguas o ausentes de los mismos. Su imputación a otras agendas, como la de los antisistema, o a la infiltración para dinamitar el conflicto político, o a las limitaciones del Estado, español por supuesto, a quien considera responsable desde el principio y en última instancia.
Concluyo intentando responderme a la pregunta con la que Bassas también concluye: «Los catalanes que salen en estos días a la calle tienen la íntima convicción, basada en hechos reales, de que son víctimas de una injusticia. Llevan años así, y por más que sus líderes políticos se equivoquen o les decepcionen no van a apearse de sus convicciones. Entonces, debemos preguntarnos: ¿A quién le conviene que este malestar continúe así indefinidamente?»
Pues, en primer término, a esos líderes políticos que, incluso equivocándose, siguen avanzado en su propósito. También, sin duda, a quienes en otras latitudes obtienen irresponsables réditos de ello. Desde luego, en ningún caso a los que, dentro y fuera de Cataluña, no somos, o pretendemos no ser, nacionalistas. Pura lógica.

Detalle de la Puerta del Evangelio de San Juan, de Josep Maria Subirachs, en la fachada de la Pasión de la Sagrada Familia. Barcelona, 14 de abril de 2017