Los partidos que se dicen de gobierno buscan la centralidad; los que pretenden la mayoría desde el extremo, también Vox, exploran la transversalidad, como hacía Podemos cuando el camino era el sorpasso. No todo lo transversal es populista, pero todos los populismos son transversales.
A Podemos no preocupa un gobierno de derechas más que un gobierno del PSOE en solitario, salvo por las consecuencias electorales de su contribución a que aquel se produzca. Para el PP y Ciudadanos la amenaza real no es un gobierno de Sánchez facilitado también por los independentistas, inestable cuando no imposible. Por eso unos y otros, a diestra y a siniestra, empujan hacia tales «abismos» contra los que, sin embargo, claman rasgándose las vestiduras.
Podemos y las derechas todas coinciden en la pretensión de evitar que el PSOE, desde el gobierno, se asiente en la centralidad. No en el centro, que como marca ideológica es una abstracción de segundo grado; en la centralidad. Es decir, el dominio del centro del tablero que el electorado decidió, el nodo mayor de una compleja red de relaciones, proyectos, decisiones y mayorías posibles.
Lo demás ya es desarrollo, liturgia, «relato», teatro si se quiere. Y sobre todo ruido, embrollo en esa atmósfera tóxica de Sálvame y zasca que tanto dificulta la respiración de la política.
Por la izquierda, un gobierno de coalición, de producirse, sería una solución de circunstancias en la que nadie confía. El PSOE, ante un partido que promete llevarnos al cielo a voz en grito y por asalto, donde la falsa misericordia y la insidia pueril contra los socialistas son vertebrales, huye de ella como gato escaldado. Y Podemos tampoco; entre los relevantes, solo ministrables y adherentes miran la coalición con vehemencia y buenos ojos. Iglesias, por su parte, tampoco se hizo a la idea de quedar fuera. Y, menos, dejar luego el mando podemita, como venía, a la vicepresidenta de un gobierno de Sánchez solidario y cohesionado. Sólo si el comando gubernamental fuere a la postre un caballo de Troya.
Pablo sigue volando con los vientos de la izquierda y las alas de la derecha. A nadie se vio defender con más ahínco las «razones» de Podemos que a María Claver, la vocera de Colón. En la línea que comentase el presidente actual de la Razón, Mauricio Casals, su antecesor Luis María Anson ha comparecido una noche de este verano para loar las gracias de Iglesias y ningunear a Sánchez con metáforas culinarias. De la videoteca, aquella Otra Vuelta de Tuerka donde, ocho meses antes, el pequeño timonel y el gran camastrón se marcaron un baile sin pisarse, lleno de química y omisiones impúdicas.
Por la otra orilla del pantano, dura competencia en el concurso «A mi derecha, nadie», lema de inspiración fraguista que perdura, Aznar mediante. Cayetana habla en nombre de todos con una superficialidad falaz y contundente mientras Teodoro escupe huesos de aceituna. Monasterio pellizca entre los dientes. Ciudadanos, la derechita valiente, Rivera, Arrimadas, De Quinto…, raya en la ordinariez.
Así que bloqueados seguimos, porque quienes no pueden gobernar no quieren que se gobierne. Todos se amenazan con morir matando, como si la aniquilación del otro engordase la larva de la propia resurrección. Pese a quien pese y caiga quien caiga. Ellos mismos.

Mientras, la luna llena sobre la isla del Fraile (Águilas —Murcia—), con praderas de posidonia en los fondos, en la que hubo una fábrica de garo durante la antigüedad romana.