«El PSOE ha vuelto»

«El PSOE ha vuelto» arengaba Rubalcaba en el cierre de la Conferencia Política. Internamente la percibían como un éxito, Rubalcaba especialmente, y a la calle llegaban los apuntes de lo que parece ser un programa electoral mínimamente renovado, un poco más de izquierdas sin sobrepasar ciertos límites, más radical en lo simbólico, que guíe al Partido hacia las próximas elecciones generales, cuando sean. Además, para consumo interno, las llamadas a la acción y la emoción con sus dosis de verdad insuficiente: conectar con el electorado, recuperar la ilusión, unidad, renovación, no somos lo mismo, etcétera.

Desde que se aproximaba la fecha me hacía algunas preguntas, sobre todo si esta era la reunión que necesitaba el PSOE y si este es el PSOE que necesita la sociedad española. ¿Sería la Conferencia de un partido confiado en su franquicia electoral de centro izquierda, cuyas bases cree que recuperará con el tiempo, o un gran debate sobre el mañana después de la debacle, con todo lo que ha quedado al descubierto y se está tragando la tierra? ¿Podrá resurgir de ahí la izquierda necesaria que se reclama con urgencia?

Creo que el gran encuentro debía haber sido otro más abierto y sin miedo a su cuestionamiento, que inevitablemente se produciría. Extender las primarias está bien, pero en relación con lo que nuestra sociedad se está jugando, y perdiendo, corre el riesgo de quedarse en mera mercadotecnia electoral. Vuelve el PSOE, poniendo punto final a la digestión de la derrota, decía García-Page al iniciarse el cónclave, una prioridad sin duda. Pero, siguiendo con Rubalcaba, ¿de dónde viene este PSOE que vuelve y adónde llega?

En el 82, Felipe González parafraseaba a Olof Palme y aquello de «lo que yo quiero no es que en mi país no haya ricos sino que no haya pobres». Era la línea socialdemócrata que había edificado la sociedad del bienestar en Europa. Hoy se asume que haya ricos, muy ricos, sea cual sea el número de pobres necesario para ello. Es la victoria, que no el éxito, neoliberal.

Sin obviar el golpazo que la economía financiera ha propinado a la economía mundial, ni el único ni el último, la burbuja inmobiliaria española, cuyo origen es la Ley del Suelo del Partido Popular, ha dejado un paisaje desolador y un rastro de años perdidos que, debemos pensar, hubiéramos andado en otra dirección de no haberse producido. Pero el Partido Socialista se subió también a ese caballo y cabalgó hasta el precipicio con una fatua irresponsabilidad.

El PSOE es quien ha gobernado más años la democracia española y a él se deben muchos de sus avances principales. Pero, a la vez y por lo mismo, creció como un partido de gobierno, con sus ventajas y limitaciones. De gobierno, es decir de poder, es decir de estar, aunque en la oposición toque porque el que manda en el Partido no pierde nunca. «No estamos tan mal», dijo Zapatero en el año 2000: tenemos no sé cuántos concejales, tantos diputados, alcaldes no pocos, en fin… Y en esa cultura ha emergido la mayoría de su clase dirigente actual.

Durante décadas, de lo que se trataba era de repartir los excedentes del crecimiento con menos prejuicios, más generosidad, modernidad y laicismo que la derecha lo hiciera, y así se avanzaba. Ojo con lo que venga de fuera del sistema; el mundo está bien hecho… Pero no era verdad. En la antigua y privilegiada Europa han saltado las costuras y parece que sólo nos mantengan unidos el euro que nos sujeta y nuestra relativa insignificancia en el mundo que viene. Acaso desde nuestra derrota alcancemos a ver mejor las vergüenzas, no pocas, de este tiempo global, donde las viejas bestias contra los que la izquierda se hizo no corren, vuelan desatadas y prepotentes.

Lo que nos está pasando en Europa y en España es parte y prueba de un cambio mayor que tiene víctimas y beneficiados, causas y responsables. Un cambio de tal envergadura que ni la actitud ni las respuestas pueden ser las mismas que hace no tanto. Cuidado con la inercia. El recurso a la coherencia no puede ser subterfugio de la comodidad. Cuando las cosas suceden y la vida sigue, el riesgo de apalancarse en el pasado es envejecer y morir sin darse cuenta.

Durante el manido mayo del 68, los estudiantes revolucionarios ocuparon el Teatro de las Naciones de París, del que era director el ya por entonces consagrado Jean Louis Barrault, que les apoyó. Se cuenta una anécdota que pudo suceder más o menos del modo siguiente. En una de las asambleas un estudiante airado pontificó: «Jean Louis Barrault ha muerto», a lo que Barrault puesto en pie respondió: «Sí, quizá; pero yo estoy aquí y estoy vivo. ¿Qué puedo hacer?».

Hace falta esperanza, ilusión, eso es verdad. Pero lo que el PSOE tiene que recuperar y aportar no es tanto la ilusión de una victoria o una dulce derrota electoral como el sentido de su historia, de su lucha y de su tiempo. Quizás haya vuelto, como Rubalcaba decía. Lo que tiene que demostrar es que está aquí y está vivo.

(Estrella Digital, diciembre de 2013)